Este 2023 viajé a un lugar del mundo que nunca hubiera conocido si no fuera por tener la oportunidad de trabajar con Save the Children Colombia. Queríamos mostrar a posibles futuros donantes cómo de necesario es que las niñas y niños tengan acceso a la salud en estos lugares remotos del mundo (y no de manera momentánea, sino sostenible). La experiencia personal y profesional fue increible, nos encontramos con personas hermosas, una comunidad que avanza a pesar de la violencia estructural y unas adolescentes y jóvenes con muchas ganas de tirar adelante. En poco tiempo no podíamos mostrar todo, pero este video lo creé en unas dos o tres horas para poder mostrar qué hicimos con la llegada de una brigada de salud que atendió unas 100 personas en un día.
La vecina Consuelo. Agosto 2020. Medellín.
En este país donde nos están matando, cualquier acción linda cotidiana da consuelo. Siento que la esperanza se mueve en el accionar diario y colectivo, que es lo que nos mantiene vivas y enérgicas. Y ayer, Consuelo, una mujer de aproximadamente 70 años, nos lo recordó.
Estábamos con el recién aparecido amor de mi vida sentados en la puerta de mi casa. Él no quería subir porque solo venía para saludar media horita y en mi casa existen protocolos de desinfección extrema, en los que hemos establecido que debemos ducharnos cada vez que llegamos. En esas, sonó el pito de su moto y yo bajé con calcetines blancos, un grano en la nariz y mis nuevas uñas rojo mermelada para compartir una Club dorada y brindar por ese momento que la pandemia nos permitía. En realidad, estábamos cometiendo un acto ilegal, porque este fin de semana, otra vez, en Medellín, hay cuarentena obligatoria para todas. Igual, a veces, se hacen excepciones por salud mental, por necesidades económicas o porque queremos mientras nos cuidamos, y ya.
Allí estábamos, como la segunda vez que nos vimos, como si fuéramos adolescentes de 15 años sentados en la puerta de la casa porque las mamás o papás no nos pueden ver. Tenemos 30 y 28 años, pero nos reímos también como esas jóvenes parejas soñadoras, esas que encuentran un consuelo en el amor. Y más en la semana de la juventud colombiana, en la que mataron a 17 niñxs y jóvenes en el país. Pero el amor es, quizás, lo único que mantiene la esperanza de muchas.
Nosotras no solamente tenemos esto, queremos agradecer por mucho más, ¡pero qué lindo que llegó! así como llegó doña Consuelo.
Como les decía, ella tiene unos 70 años y el pelo blanco. Los ojos le dibujan una sonrisa espectacularmente grande, la que tapa una mascarilla con una cenefa que no recuerdo bien, porque no podía parar de mirarle a los ojos y a los de mi compañero, por supuesto.
Y así, con su aparición sorpresa, la esperanza y consuelo cotidianos llegaron con un simple mensaje de afecto de esta amable señora. La reconocí como mi vecina, la que vive en la esquina de debajo de nuestra casa, o sea que seguro que vive más cerca aún del supuesto grupo de narcos que hace fiestas cada fin de semana (y feriados), y no nos deja dormir, pero al que seguramente nadie denuncia porque no pasará nada. Es difícil en este país, en el que ayer llamamos a emergencias para reportar la tercera fiesta del mes y aún estamos esperando a que nos respondan. Por lo que no me quiero imaginar la desesperación de llamar después de una violación o maltrato, escuchando solo la música de espera que durará horas.
Consuelo nos dio un respiro a nuestro desaliento de 16 de agosto de 2020. Nos dijo que somos bellísimas, que le recordamos a su sobrina que vive lejos, que hacemos muy buena pareja y que ojalá nos amemos por mucho tiempo. En ese momento, nosotras solamente podíamos asentir con cara de bobas y ojos húmedos. Según Consuelo, nuestros ojos brillan por el amor, al que hay que alimentar y cuidar, diciendo y haciendo cosas lindas de manera compartida.
Consuelo no podía parar de mirarnos y sonreírnos con los ojos. Qué se notaba que estamos enamoradas y que esto vale mucho la pena.
Consuelo nos dijo que hay que agradecer, que gracias por escucharla ese ratico y que nos vemos pronto.
Consuelo no sabe lo felices que nos hizo solo con esas palabras, que duraron unos 5 o 10 minutos, pero que cambiaron nuestro día de rumbo. Y seguro perduran muchos más en nuestras cabecitas y corazones.
Consuelo nos dio esperanza en el amor y nos recordó que, en la lucha de vivir, debemos cuidar-nos y agradecer-nos.
Gracias.
Me pasaba la vida comparándome con otras mujeres, hasta que me encontré con mi depredador interior
No querer nuestro cuerpo
Primero pensaba que eran más guapas y que tenían un mejor cuerpo, siempre tendrían un mejor cuerpo.
Después aprendí a amar mi cara, mis mejillas rojas, mis ojos verdes, mis cejas perfiladas, mi nariz con los alerones grandes, mi pelo largo con algunas canas, mis pecas chiquitas, mis lunares salidos, mis pechos comosean, mi espalda clara, mi barriga variante, mi culo y caderas voluptuosas que siempre había odiado… Aprendí a amarlas. Mis piernas con celulitis y con estrías, y con pelos, mi sexo peludo, mis pies de hobbit, siempre sucios, y mi todo completa.
No querer nuestra mente, nuestras habilidades, nuestra intuición
Y en el segundo capítulo pensaba que las mujeres del mundo eran más inteligentes, más creativas, más artistas; que leían más, que tocaban mejor y más instrumentos que yo, que iban mejor en bici que yo, que hacían deportes, que tenían mucha más energía que yo para hacer más actividades, tomar mejores decisiones respecto sus vidas, que sabían más de la luna, de las plantas, de ellas mismas…
Pensaba que ellas habían vivido más que yo, que habían vivido historias de amor más auténticas y reales o habían tenido compañeros sentimentales que las valoraban más, muchas habían viajado más, sabían mejor cómo expresarse, eran más risueñas, eran más divertidas, con una energía más transparente; La mayoría tenían más poder, cantaban mejor, saltaban más alto… Llegué a creer que sus fotos eran mejores que las mías, que eran más sociables, que eran más científicas, que eran más pintoras, que eran más, más, más, más, más…
La pelea con el maldito fucking monstruus horribilis que habita mi cerebro
Y allí, aquí, cuando escribí este texto por primera vez, y cuando hoy lo retomé para releerlo y reescribirlo, me encontré con mi depredador interior, ese que dicen que toda mujer tiene, y sonrío porque vi que es más débil de lo que me imaginaba. Lo empecé a reconocer bien hace unas semanas y, aunque ya había reflexionado sobre él, aún no le había puesto cara.
Lo vi físicamente, es un monstruo feo y astuto, baboso, de color azul sangre de príncipe monárquico que habita en mi cerebro. Lo empecé a dibujar cuando alguien me recomendó leerme un capítulo de “mujeres que corren con los lobos” (que ya me había perseguido anteriormente y no le había parado atención). Como soy caótica e inestable, aún no terminé el capítulo para saborearlo, pero aquí mi niña chiquita sacó la espada de su armadura y empezó a pinchar al fucking monstruus horribilis que está allá enganchado como una garrapata sanguijuela.
Encontré en mis sueños que hay que decir basta, que hay que admirar, abrazar y amar a todas esas mujeres con quienes me he comparado para entender que somos distintas. Y eso solamente lo podremos hacer tomando estas espadas propias y buscando la fuerza y el coraje que hay en nosotras para enfrentarnos con el depredador. Que, amigas, sin nosotras no viviría, porque vive de nosotras, de nuestras mentes, ni él mismo tiene su propio corazón, ni músculos, ni órganos… Vive de nuestra autenticidad y de todas nuestras aptitudes brutalmente geniales.
Lo que sí tiene, el maldito, es un super gabinete de comunicaciones y marketing corporal que sabe exactamente cuándo despertarlo, cuándo sacarle la foto bonita, cuándo decirle “ahora que está débil, chuuuupale la sangreee”, ellos saben cuándo publicar esa foto en su Instagram de monstruo para vendernos eso que no es. Pero todo, amigas, es puro postureo. Y por muy buenos editores que tenga, amiguis, un día se le va a acabar la plata para pagarles un buen salario y, allí, habrá una huelga general de la hóstia y nuestra niña pequeña con su arma letal lo debilitará demasiado. Algo así tipo Voldemort.
Digámonos lo bueno, único, valiente y auténtico
“¡El patriarcado es un juez!”, ¿recuerdan? Digamos basta a compararnos, a perder el tiempo mirando perfiles en redes sociales que solo nos muestran la parte romántica de las personas. Digamos basta a pensar que hay mujeres que “son mejores que yo”. Parce, todas tenemos nuestra magia, todas tenemos historias a aprender y a enseñar. Y aquí les pido, por favor, sigan enseñándome y sigan aprendiendo. Sigamos entendiendo qué es eso que nos hace cómo somos, qué nos gusta y qué queremos arrojar al vacío.
Decidamos mejorar en lo que queremos, solamente porque queremos, porque nos apetece.
Recordémonos en qué somos buenas, admirémonos por eso que nos hace auténticas, aunque no siga los ideales personales, hagámonoslo saber, comprendamos que nunca seremos iguales y que todas tenemos aspectos que nos guían y nos hacen poderosas magas brujas.
Gracias por meterle coraje a la vida, aprender de las demás, abrazarte, decir que sí y decir que no cuando lo sientes. Y por permitirte caer, por permitirte estar mal, por aceptar que no podemos ni queremos ser perfectas. Seas quien seas, por mí, por ti, por nuestras abuelas, por nuestra madre, por nuestras tías, nuestras primas, nuestras amigas, nuestras hermanas, por todas: abramos los ojos, busquemos al depredador.
Cada uno es distinto, cada uno tiene diferente rostro y color, pero todos, todos, todos, viven de nosotras y en nosotras y, por lo tanto, solo depende de nosotras mismas debilitarlo sin piedad. Y si no podemos solas, pidamos ayuda.
Hoy eres más fuerte porque mi energía está en ti.
la tormenta en propia piel
Nos dijeron que los relámpagos no iluminaban,
que debíamos evitar toda esa luz.
Los truenos nos asustaban.
No merecíamos bailar bajo la lluvia.
Seguir a cubierta mataba el amor,
nuestros ojos solo sabían decir que no.
Mojarse ¿Para qué?
Sumergirse ¿Para cuándo?
Queríamos abrazarnos,
pintarnos la piel,
leer hasta el amanecer
y reír sin comprender.
Pero alguien gritaba…
¡Soñadores!
Nuestras mentes nubladas…
¡No te mojes!
Y allí estábamos,
en medio de un vendaval,
con el privilegio de poder
escoger un final.
1.
Y así, fue más cómodo
decidir no arriesgar con él.
Morir sin haber sentido
la tormenta en propia piel.
2.
Y así, como es mi vida
arriesgué, me mojé, atrevida.
Y morí habiendo sentido, con él,
la tormenta en propia piel.
Celebrando la vida
Cervezas, risas y cansancio.
Velocidad, velocidad, velocidad. No poder parar. Crash físico, la luz se vuelve oscuridad y veo un cristal gigante romperse a tres centímetros de mi rostro. Grietas. Milésimas de segundo y 9000 pensamientos. ¿Es esto, la muerte?
Me bloqueo. Corro y transpiro. Agarro la mano de un desconocido y lo acompaño en su respirar. Ojos mirando a ojos, sonrisas, alivio. Me levanto y tiemblo y tiemblo y tiemblo… Y pregunto, pregunto. Y camino.
Cuando tu mente se bloquea por unos instantes, luego sientes alivio. Llegas a casa, vomitas palabras sin sentido, sentimientos que son ríos desbocados. Después del susto, de haber esquivado las rocas, siempre llega la calma, o eso es lo que dicen. Sin embargo, esa noche mis almohadas se inundaron de salado. Y ellas no me consolaban, nadie me arropaba. Sentía ese vacío de soledad, falta de abrazos, de aprobación y de ser especial. Nadie ni nada me permitía no dormir, pero no podía, era imposible controlar mis ojos o mi mente.
La luz naranja de la ciudad, la que se transparenta por las sábanas de mi habitación, esas que se creen cortinas, rozaba toda mi piel, acariciaba mi pared llena de fotografías lejanas. Tocaba el llanto y los espasmos.
Y cuando ya la luz se convirtió en amarillo chillón, allí tenía un argumento más razonable para no poder dormir. Y me paré, y observé mi cuerpo desnudo, todas mis pecas se unían en constelaciones, pero no las reconocía y no comprendía qué me pasaba. “Ya fue, ya fue…”, me repetía ayer mi familia escogida, la de las sonrisas y abrazos cuando hacen falta. Pero un mensaje de whatsapp me recordó que era normal sentir eso ahora: estaba “en shock”.
Así que me preparé un café y una tostada, que se quemó un poquito como me gustan. Y ni siquiera comí avena. Me tumbé en el sofá y empecé a mirar con lupa todos los detalles existencialistas que recorrían mi cuerpo. Los habidos y los por haber. Y “¿Qué hago aquí?”, y que “¿A quién quiero engañar?”, y “me gustaría haberte llamado esta noche para contarte cómo me siento pero ni tan siquiera vas a recordar mi nombre en dos años”, y que “si se lo cuento a mi padre, pero se va a preocupar y va a sufrir y luego me va a decir gracias a Dios estás bien”.
Me dolía un ganglio, como siempre que tengo que gritar a los cuatro vientos algo que me oprime el corazón. O, bueno, no sé si es el corazón, esta parte entre los pechos que se te comprime y te presiona el existir cuando estás nerviosa o cuando tienes que sacar algo.
Respiraba y seguía llorando. El dolor se me pasó a la oreja. No podía parar de pensar en ese icono que me mandó Ele cuando le dije que no podía dormir. Y yo estaba tan ciega y tenía tanto la necesidad de ser especial para alguien, que no llegaba a comprender que era normal que ella no le hubiera dado la importancia que yo le estaba dando a una pequeñez tan chiquita. Si es que las pequeñeces pueden ser más chiquitas todavía. Ni siquiera me había rasguñado y pretendía que alguien estuviera allí para darme amor. El amor: eso que buscamos toda nuestra vida para aprobarnos, sin darnos cuenta que quién más nos tiene que amar somos nosotras mismas y que la manera en que construimos solamente viene de nuestro propio universo, ese que nos creamos y al que le ilustramos un sentido.
Y si mi alma se había asustado, solamente era yo quien podía cuidarla. Y claro que tengo a personas que me dan de la mano en el camino, pero hacen eso: me acompañan. ¡Y de qué manera tan bacana!
Después me dije que una ducha lo cura todo y me sequé las lágrimas bajo el agua caliente que nos baña en Buenos Aires. Y me vestí, fui a buscar esas fotos gigantes para exponer en Honduras, subí al bus de siempre, en el que me encanta evadirme, y encendí Spotify para escuchar a Soul in Pill. Llegué a la oficina, di vueltas por Envigado, conversé con amigos y ya creí que estaba mejor. Me subí al coche de alguien que se ofreció a llevarme a casa. Se puso a llover demasiado: San Juan era el río Medellín en temporada de lluvias. Sin embargo, aparte de dos micro-ataques, no pasó nada relevante y llegué a mi casa.
Después, en la noche, celebramos la vida. Habíamos organizado una fiesta y, con la excusa de “mi shock”, la convertí personalmente en una celebración a la vida. Agradecí desde dentro a cada persona que me sonrió, agradecí a cada corazón que se dejó congelar, y también a la creatividad de cada ser en ese espacio: sus bailes, sus conversaciones, su ser y estar. Estábamos en un espacio que amo, al que llamo hogar y que se convierte en mi centro de terapia algunas noches y madrugadas.
Y esa noche (más bien, ese día), después de todas las novedades y el cansancio acumulados, y como además dormí acompañada, descansé como un bebé. Y me abracé y abracé. Y me desperté, dos días después del accidente, y a pesar de que había soñado en el coche y el golpe, pensé que ya todo había pasado.
El sábado y domingo viví momentos bonitos, tuve conversaciones profundas entre luces de colores y edité el video de la fiesta, que no es perfecto, pero transmite la suerte que tenemos y la alegría que nos supura de la piel al bailar.
El lunes me desperté con los ganglios como dos pelotitas, me recordaron que aún hay que pensarse, escribirse y entenderse. Algunas me han dicho que a esto se le llama fenómeno psicosomático. Y yo, así, entiendo que mi cuerpo me habla, que es más inteligente que mi cabeza que siempre quiere pensar y razonar, y que tengo que dejarme sentir, dejarme llorar, dejar que me caigan los mocos, escucharme, agarrar papel y bolígrafo y revivir. Todo esto para comprender a esta burbuja pequeña que es mi universo: violeta, brillante y caótico.
Y ahora estoy recordando que me encanta ser consciente que debo aprender a escuchar más. Que me gusta cuidar y hacer el payaso. Que sonrío cuando juego como una niña. Que soy de las que abrazan y besan sin temor, aunque saben que luego se van a caer del columpio. Que me gusta crear, leer y hablar. Que estoy aprendiendo a dibujar, a hacer yoga y a meditar. Que soy así, y soy interesante como soy y como me estoy construyendo, y a parte soy guapa porque todo es subjetivo y, además, me gustan las personas que tengo alrededor. Que soy de las que agradece a las amigas cuando le dicen algo que no hace bien. Y que, claro, tengo muchas cosas por mejorar y sanar y abrazar, pero soy demasiado capaz de hacerlo sola, fuerte y valiente.
Cuando tiemblo me pregunto por qué, ¿Por qué a veces me da vergüenza bailar? Me siento así, pero sé que solo está en mi cabeza. Hoy no recordé qué soñé, pero me desperté feliz, porque sé que lo hice sin miedo, soñé creativa y bailé en mis sueños. Me paré, y encendí mi música, me abrí en canal y dejé que esta entrara por todos mis poros.
Yo, mi cuerpo y mi mente seguimos andando por el caos, acompañadas de la luna. El jueves pasado ella crecía, y ya casi hace una semana de este inicio. Me indicaba nuevos proyectos, sinceros y apasionados. Seguimos observando en todas direcciones y disfrutando del camino, de caer y levantarnos, de ser una. ¡Y nos encanta!
Maya
En el camino aprendes y desaprendes.
Vas tejiendo tu piel, tus colores, conocimientos…
En el sendero vas entendiendo como sientes, como te emocionas.
Y distingues el llanto de felicidad, el llanto de tristeza, el de desespero, el de soledad…
Gracias a personas como tú soy más yo cada día, más sincera conmigo misma. Gracias a personas como tú, me quiero y valoro y aprendo a entender lo bueno y lo malo y lo abrazo todo y sigo caminando.
Hoy el llanto es de todo un poco. Abrazarte antes del adiós me recordó que esto es muy sincero.
El llanto es de tristeza porque, de verdad, te volviste imprescindible por aquí. Por aguantar mis dudas en cafesitos interminables alrededor de Medellín. Por metrocables, por valorar conmigo las montañas, por el sol que compartimos, por la paciencia en el yoga. Te volviste parte de un día a día que quiero mucho, pero que a veces me satura y me obliga a pensarme y a reconducir. Y allí estás tú. Para pensarnos, más bien. ¡Para, para! Para que entendamos como fluyen las energías y como las conducimos, y que saliendo del corazón vayan encontrando la manera de sobrevivir, de sobrevolar.
El llanto también es de soledad un poco, ¿por qué negarlo? Y es que solo los que estamos lejos de casa entendemos que a veces es inevitable, por muy bien rodeado que estés. Entonces cuando se va un pilar así, pesa mucho, mucho. Porque somos familia, de la que se escoge. Somos familia de la que se escucha. Y somos familia de la que no falla cuando está. Pero… ¿y cuándo ya no está? Aquí empieza el miedo, porque experiencias vividas me recuerdan que nada es para siempre y me asusto. Pero hay que valorar el ahora y seguro que todo será para bien.
Así que, valorando, el llanto también es de felicidad, obvio. Porque estoy convencida que volar te va a ir bien para comprender más, para tomar decisiones, para arreglar alguna pieza que no encaja, para entender mejor aún de lo que ya lo haces qué es lo que quieres y para donde seguirá tu rumbo. Y, ojalá, sea en un tiempo largo o sea cortico, nos volvamos a poder tomar tesitos y tortas y cosos por Medellín (o por Barcelona).
Te amo. Gracias. Todo va a estar bien. Aquí te esperamos.
(Y aquí te extrañamos, con todos tus griteríos y todas tus autenticidades; por suerte nos quedó mucho romero, e inciensos, aceites y plantas).
Ilustraciones de mayo 19
Crónica de un día que me agrandó el corazón
Me siento yo misma. Mis pies bajan Ayacucho destino centro. Los culos gigantes de botero rodean máscaras de animales. Papel doblado que grita a pulmón por un mundo menos sangriento y cruel. Unos pantalones alegres, a paso firme, comprometidos. Te miro de lejos y pienso que solo con eso soy feliz. Feliz de haberte conocido. Espero que tú también lo seas, al menos eso transmites un poquito cuando sonríes.
Mi vida vale la pena y no es complicada, aunque tenga que ser en este mundo que lucha por sobrevivir y no por vivir. Soy el privilegio y me doy cuenta y, aunque no me gusta, es así.
La tierra pide compasión y nosotros la intentamos amar a contracorriente. Quizás lo que estamos haciendo ahora no sirva para cambiar el mundo, pero sí que al menos sirve para reflexionar, para conversar, para hacernos sentir vivos. Cada palabra tuya me hace estar más contenta, me divierto conversando y, sobretodo, escuchando. El universo es tan generoso que hasta me encuentro con Carolina, la guía de camiseta roja que cada sábado en la mañana recorre el centro intentando romper estereotipos medellinenses con un poco de éxito. Gracias Carolina, gracias a tí mi Medallo empezó a cobrar sentido. Un sinsentido de alegría en esta ciudad tan desigual me da energía para querer congelar momentos. Creo que intento congelar dos movimientos sobrepuestos pero sobre-expuestos. Creo que la ISO estaba demasiado alta para que el día que vaya a rebelar salga algo concreto. Pero me da igual. Porque más importante que la meta es el camino, como me decía Núria.
Y me lo paso bien tocándote el pelo y la espalda, escuchando tus historias que para mí son nuevas. No sé cuántos ni cuántas habrán tenido el placer de conocerlas, ¡pero qué bueno que existieron! Y eso siempre trae un poco de adrenalina, la novedad. Y algunos besos. Y me gustan y quiero más pero es mejor no quedarse quieta. Movámonos, aunque aún no será en bici, mis miedos requieren paciencia y soy como una tortuguita que quiere avanzar pero mi ritmo necesita un poco más de autoestima. Sigo trabajando para mejorar. Y que bien que lo sé y que no me conformo. Evolucionar es genial.
Me encanta la luz que nos rodea, que cambia cada hora y nos ayuda a visualizar como pasa el tiempo. Eso no me da miedo. Me di cuenta que cada minuto es algo ganado. Así que me encantan las noches naranjas artificiales, que no negras, entre las montañas del Valle. Que sí, que prefiero la luz natural de las estrellas, pero la de la ciudad también tiene alguna magia bonita que me abraza. Bonita, bonita. Como mi cara y sonrisa al verte en Buenos Aires. Caminamos buscando limón verde, no como el que comemos en mi casa, que es amarillo. Es genial que el de aquí sea de este color porque así contrasta con el del jengibre.
Besos de jengibre. Espero que el té de limón y jengibre nunca me traiga lágrimas, porque me gusta demasiado desde que lo descubrí en ese café pequeño de Londres.
Soy feliz de compartir, aunque a veces tenga pensamientos distintos a los de las que me rodean. Y hoy estoy feliz de compartir con personas que entran a mi vida como tú, de manera original y sencilla, y que me impresionan. Aunque, como reconozco, me pueden intimidar un poco. Tanto arte, predisposición, energía y transparencia me dan mucho respeto. No me enseñaron a estar loca tan rápido y, aunque lo intento y me gusta serlo, a veces la normalidad puede conmigo. Me enseñé a protegerme de las personas por el miedo que traen experiencias, por eso es tan fascinante cuando ese miedo se desvanece. ¿De qué sirve el miedo? De nada. De nada.
Y nada… pienso y dejo de pensar, y siento y vivo y estoy viva. Estoy viva contigo y en ti. Dedos que acarician dedos. Manos que acarician personas enteras. Me haces sentir bien, creo que más que bien. Y un gracias y otro gracias. El placer físico no lo es todo, aunque me invada. Esta energía es lo que me hace feliz. Tu energía y tus ojos alargados me gustan. Y entre placer, palabras, abrazos y sonrisas, alguna lágrima. Creo que las entiendo aunque temo que te asusten. Quiero seguir trabajando en mi misma hasta el día que me muera. Y trabajar y abrazarme a veces supone esto. Qué le vamos a hacer, nadie es perfecto. Que aburrimiento, la perfección. Es mejor dormir con las sábanas hechas un caos, o hasta intentar dormir sin conseguirlo mucho pero con los ojos cerrados sentir el olor a otra piel. Eso es y nada más. Quizás la felicidad cristalina es fugaz, existen cambios todo el tiempo, no sé hasta cuando es bueno que algo puro permanezca. Se irá viendo y viviendo libremente. Ahora hay que despertar. Nueces, avena, más historias, gracias y, ojalá, hasta pronto.
Hasta pronto.
Medellín, Noviembre 2018
El llanto: ahogarse y desahogarse
A la gente le asusta ver y sentir el llanto ajeno. Las expresiones cambian y son incontrolables cuando un ser con los ojos húmedos mira a los tuyos. Nos da miedo el agua salada que sale de su interior y no sabemos por qué. No comprendemos, queremos hacerlo pero nos desconcierta.
Yo pienso que llorar sana. A veces me lleno de agua, estoy medio ahogada y tengo que desahogarme. Y lloro. Y ya. Y me sirve para analizar mi ser, mi espíritu profundo que no quiere herir a nadie, ni herirse. Y así se cura poco a poco y día tras día. Y soy feliz de haber llorado.
Mis ojos permanecen rojos por un rato y luego su verde es mucho más brillante, más iluminado, más sano. Y se convierten en ojos felinos, con menos miedo y más salvajes.
Recuerdo un día cuando era adolescente. Ahora no sé por qué lloraba pero estaba echada en la arena de la playa de mi pueblo al lado de una amiga. Yo le contaba que estaba triste y me caían lágrimas de cocodrilo. Eso me estaba sirviendo: compartir desde el sentimiento, ser escuchada, ser respetada, darme un momento. Después, ella me pidió disculpas, me dijo que lo sentía y que en breves me daría su opinión al respecto, pero que primero quería fotografiar mis ojos, porque de tan verdes estaban hermosos. Me sacó una sonrisa y me tomó una foto.
Medellín, una escala de grises que atrapa
Es de noche, levantamos la mirada y al final del horizonte se dibujan montañas de pequeñas luces que nos rodean. Esto es lo primero que me impresionó de Medellín, una ciudad de contrastes, a veces tan humana y a veces tan contradictoria. Una ciudad en la que, mires donde mires, te rodean montañas y verde, pero a la que hay que parar de maltratar si no queremos que se convierta en un pulmón de fumador.
Hace un año aterricé a Medellín sin saber por cuanto me quedaría. Tenía muy poca idea de las historias que escondía, de las sorpresas que me deparaba, de que me abrazaría tan fuerte que no me dejaría escapar. Y aquí sigo, enamorada de casi cada persona nueva que descubro, agradecida por todo lo que he vivido y sorprendida de la evolución de mis pensamientos respecto a la urbe colombiana a la que nunca pensé que amaría tanto.
Al llegar me sentía insegura, me habían metido demasiado miedo en el cuerpo, iba a vivir a la ciudad que una vez fue la más peligrosa del mundo. Sin embargo, también resonaba internacionalmente la idea de la innovación y el cambio positivo y yo quería quedarme con eso, quería rebuscar en la base social y tenía muchas ganas de escuchar y aprender. En un año me di cuenta, seguramente aún cambiaré de opinión, que como en todo rincón del mundo, nada es ni blanco ni negro. Medellín, a pesar de las flores coloridas que cargan los silleteros, es una escala de grises muy diversa.
Puedes encontrar grises oscuros en las desigualdades, en la memoria de doñas que quieren encontrar a sus hijos desaparecidos, en las personas que habitan la calle y no lo quieren, dentro de las paredes de negocios familiares que tienen que pagar extorsiones porque en sus barrios sigue la guerra, y sigue porque muchos no pueden denunciarla y no decirlo es una irresponsabilidad. El gris oscuro está latente cuando percibes (solo fugazmente por tu privilegio) que la guerra es muy difícil de curar. Como inmigrante en esta ciudad te das cuenta que nunca podrás entender el sufrimiento que han vivido personas que ahora tienes tan cerca y eso a veces provoca mucha impotencia.
Sin embargo, y por suerte, también hay grises claros, que no son antagónicos a los anteriores, si no que se complementan. Porque hay una base social que lucha, a través de la cultura, la educación, la conversación, abrazando a la otra y plantando semillas. Gracias a estos esfuerzos de la base, en Medellín puedes encontrar medicinas naturales que sanan: el amor que los paisas te dan, el de los parceros que te muestran realidades distintas, el que ponen las jóvenes que participan de lo cotidiano a través de la música, el graffiti, el rap, un parloteo, la lucha feminista...
El cambio y lo que tiene que llamar la atención de Medellín son todos estos grises, no los blancos en forma de medallas gubernamentales como las escaleras de la comuna 13. Un invento tan conocido en las guías turísticas como LA solución a un barrio que sufrió el abandono del Estado durante años y que se ha inaugurado cinco veces con una voluntad de visibilizar parece que un poco exagerada. Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.
Lo que me enamoró de Medellín, al principio, fue esta coraza. Con el tiempo, y aunque aún me falta gran cantidad por descubrir, me di cuenta que donde debemos pararnos es a escuchar a las personas, en sus distintas luchas, lecciones aprendidas y logros.
Me gusta ir a lunes de ciudad en Buenos Aires, mi barrio, dónde puedo disfrutar de un espacio de debate plural. Me gusta ir a teatros del centro como el Matacandelas o el Pequeño Teatro, a ver obras que se financian de la buena voluntad de un público comprometido. Me gusta la música en la calle, las sonrisas a pesar de todo, mirar a un extraño fijamente y conseguir disfrutar de su energía interminable, ir al festival Gabo, a la feria del libro, subir al metrocable con una amiga y, sin planearlo, dar una vuelta por Santo Domingo. Me gusta preguntarme el por qué y encontrar respuestas en alguien que ha vivido más tiempo que yo aquí o en un free tour que sale del centro de la ciudad (causa por la cual me di la oportunidad de venir a Medallo, pero eso ya es otra historia).
¿Y cómo explicar qué es Medellín y que me enamoró de esta ciudad en una página, cuando un año después de llegar no veo el momento de irme porque me atrapó?
Es difícil descubrir Medallo en pocos días. Te animo a que vengas, la camines, escuches y te quedes. Ojalá nos encontremos en alguno de estos espacios que mencioné, ojalá podamos cruzar una conversación para que me cuentes qué te enamoró a ti de Medellín.
Mancharlo todo
Hay días que no sé por qué hay sangre alrededor de mis uñas. La lamo para que no se escurra, para no mancharlo todo, pero en el momento que mi lengua deja a las heridas libres, las gotas rojas siguen queriendo tocar el aire intangible, quieren liberarse de mi interior, volar y sentir un aroma distinto, más frío, más iluminado.
En realidad fue mi decisión no premeditada que mis dedos fueran así, pero ahora que los veo intento tapar la realidad para no mancharme.
Entonces llegas y te toco. Me miras con esas pupilas profundas a través de las que puedo llegar donde sea dentro de tu cuerpo. En tu pecho y barriga se escurrió parte de mi interior, y ahora tu piel marrón oscuro y mi rojo conviven en un mismo espacio. Mi sangre te queda bien pero mi locura por no dejarla libre empieza a lamerte.
Hoy me miré las heridas y ya cicatrizaron. Creo que vuelvo a tener el control. Y no me gusta.
Ciudad mató a las estrellas
Es de noche, levantamos la mirada,
el cielo naranja nos cubre de ácido.
Para protegernos, pintamos farolas en las esquinas.
Pero los yonkis siguen allí, la inequidad sigue allí,
iluminada, contaminada. ¿Aire?
Nos abrazamos bajo esta nube artificial,
nos lamemos las heridas entre bocinas.
Hoy solo pido una noche estrellada,
pero estoy tumbada en la tierra y agarrando su mano,
escuchando sus latidos y gemidos. Lluvia.
Nos salva imaginar en este caos,
quiero dibujarnos después de la tormenta,
sin luz artificial.
Hipnótico tropico en el lienzo de tu espalda
donde trazo cielos limpios, no me atrapan.
En mi mente, “Ciudad mató a las estrellas”.
No late la transparencia
¿Hasta qué punto el orgullo ayuda a quererte? Ser consciente que vales mucho y no dejarte pisar caminando por esa línea del no-quieren-conocer-lo-desconocido-aunque-mole-a-montones-así-que-yo-no-seré-menos.
Siento que hay ondas de colores que reman por mi mente, se transforman en creaciones de empoderamiento y el orgullo sigue allí intacto sin querer irse, amarrado a esos remos y a cada arruga de mi cerebro. Tal vez hasta llegó al corazón.
¿Pero qué pasaría si un día decidiéramos que queremos pintar de color transparente nuestros rostros, nuestro cuerpo, caminar desnudos delante de ese desconocimiento? Delante, de-late, delátate (delátese), deléitate (deléitese).
Tal vez, salvaje escondido en trapos nos saltaría a la yugular, nos destrozaría y acabaríamos sangrando en una esquina habiendo deseado ser como todos, callarnos lo que pensamos, sentimos, deseamos.
Aunque, tal vez, nos sorprenda y resulta que al final del infinito y más allá decide desnudarse a nuestro lado, acariciando pieles imperfectas, qué más da, todas lo son. Y hasta tal vez nos guste su particular olor, color de agua. Tal vez podría valer la pena. Quizás.
Salvador Puig Antich
Aprenent a dibuixar a Salvador Puig Antich amb els llavis molsuts.
La calamina ondulada que atrapa el polvo en los tejados de Medellín. Y la lluvia.
Calamina y dibujos, ladrillos manteniéndola presa aunque el viento sople.
¡Cuántas historias acompañaran estos techos ondulados!
Tejados grises con polvo.
El polvo que desaparece cuando llueve, o eso piensan
porque nunca se va, solo se esconde, solo se mueve, solo vuela hasta otro lugar cercano, o lejano.
Hasta puede volver volando si quiere.
Quizás aderezará otra vez esa historia que hace 24 años que nació
cuando en esa humilde vereda, por unas horas, se respiraba felicidad
antes de volver a lamer la fría realidad, húmeda, cruda,
de quien sabe que tendrá que irse de su hogar.
El polvo llegó a su vida, sin presentarse, sin pedir permiso golpeando su puerta,
pero así viaja y de GOLPE llega y se agarra a su piel, no quiere desprenderse.
En los ríos y lagunas se desvanece por instantes,
como cuando una ducha fría moja tu cara y parece que no solo lave tu rostro sino también tu espíritu. Por unos minutos, mojado, olvidas tus desgracias polvorientas, tus preocupaciones, tus temores, pero cuando tu cuerpo se seca, la realidad vuelve a acariciar esta piel.
Realidad polvorienta alejada de historias de hadas. No es polvo de hadas.
Una nueva vida en la ciudad, parecía que la historia de esa niña tal vez viraría más aguosa que la de su madre, pero parece complicarse como un camino de vereda adentrándose en la selva.
Y se densifica más y más y acababa siendo el espanto de cualquier ser humano.
Su camino sigue alargándose, ramificándose, y cuando llueve parece tan fácil de superar... eso piensa entre estas cuatro paredes, bajo un techo ondulado de un cerro de Medellín.
Cae la noche, todo huele más limpio. Por la mañana el polvo vuelve a echarse una larga siesta en su tejado sin tejas, vuelve a agarrarse a ese tatuaje y a su entrepierna. La mira a los ojos y le promete que nunca la dejará.
Aún así, ella observa su cuerpo en el espejo, se siente sucia y las lagrimas empiezan a nadar por sus mejillas. Ellas limpian su rostro, su cuello, siguen deslizándose por su pecho y llegan a su barriga. Las horas pasan y todo su cuerpo está mojado, por unos minutos, tal vez más de una hora, las gotas han invadido su cuerpo y le recuerdan que puede limpiarse, que puede luchar, que puede salir de esa casa y lanzar a volar.
¡Mójate! - le repetía Manuela. ¡Danza bajo la lluvia, corre mientras el agua forma el lodo y arrástrate en él, con él! ¡Grítale al polvo que tu eres más fuerte, que por mucho que se arrape a tu piel aprenderás a vivir en él, con él!
Y, con cada lágrima, volar más alto. ¡Desahógate, ahógate!
Mientras siga sin poder pagar de nuevo mi página web
Querer entender y no entender nada. Querer hablar y abrir la boca en vano. Querer nadar y que no haya mar. Querer abrazar y pensar y pensar y pensar y no querer más.
Mirar las nubes, las baldosas, las paredes pintadas de tonos amables y arrugados y empezar a comprender. Esbozar palabras, escalar una montaña, estirarte bajo un árbol e inspirar. Cerrar los ojos, olvidar la materia y gritar "¡Energía!".
Crear, probar, cagarla y respirar. Y no querer más, conseguir sin anhelar, exhalar todo el pulmón y ser huérfano de aire. Desprenderse del hielo que aparenta sábana. Agarrar una vela, incienso, tus muslos. Amar el perfume que nos ayuda a ser transparentemente cálidos.
Olvidar el vacío de tanto querer y de caminar apestando a frías rosas rojas brillantes disfrazadas de poetas que hablan sin sentir.
Una conversa inesperada a 'Paraiso'
Sóc a Medellín (Colòmbia). De tant en tant es fa difícil ser lluny de casa, i més quan no viatges a curt termini. Aquests dies, us prometo que molt més. Tinc una sensació de tristesa que em visita de tant en tant i em recorda que no hi vaig ser. No hi vaig ser per preparar-nos, no hi vaig ser a les escoles aquell 1 d'Octubre i no hi sóc ara quan cal positivisme i força. De tant en tant em recordo que estic construint la meva vida i que, ara mateix, no és a Catalunya, encara que us porto dins sempre. De tant en tant hi ha algú que em vol ajudar a sobreviure sense culpabilitat i que truca a la porta i em diu que també puc fer molt sent aquí. Bé, ja he contextualitzat suficient.
Era 5 d'Octubre de 2017. Com molts matins a Laureles, el barri on vivim, el sol picava fort i necessitàvem sortir de casa, no volíem quedar-nos a treballar a l'hostel. Vam sortir a passejar lleganyoses i en direcció al nostre cafè preferit, el nostre petit paradís dels dies de cada dia en els que ens permetem aquest petit luxe. Vam entrar a Paraiso i vam demanar dos cafès. Un negre, l'altre amb llet d'avena. Des de l'1-O, era el primer dia en que estava aconseguint concentrar-me en la feina sense obrir Twitter, TV3 o The Guardian cada quart d'hora. Tots els matins anteriors i tardes i nits me'ls havia passat online. Llegint, mirant, emocionada, intentant treure importància, no aconseguint-ho. Els que em coneixen ja saben que em costa separar injustícia i feblesa interna. Ho estic treballant.
Bé, el cas és que portava dues hores sense obrir cap canal de comunicació que em permetés saber què passava al món que existeix més enllà d'aquell petit cafè i la meva ment. Hi havia ocupades quatre taules més. En una, just al meu costat, hi havia dos nois asseguts que dinaven el menú vegetarià de Paraiso, el cafè on la contrasenya de la connexió Wifi és serfeliz. Xerraven entre ells, no hi vaig donar importància. Al cap d'una estona vaig veure que el cambrer estava de peu al seu costat, mantenien una conversa que estava durant suficient com per començar a atraure la meva atenció. Dissimuladament, vaig desenganxar-me l'auricular de l'orella esquerra, volia saber què era tant interessant. Mai he cregut en allò de que "la curiosidad mató al gato".
I sort de la curiositat. En aquest punt és on vaig agrair encara més haver decidit esmorzar en aquell cafè un dijous qualsevol, on el meu cor es va encongir i em va tornar l'energia que portava dies perdent. Aquí és on vaig somriure feliç i vaig agrair que hi hagi gent que escolta i que vulgui entendre. Aquí és on em vaig posar una mica vermella com sempre perquè no se dissimular i vaig celebrar que hi ha persones a qui els podria importar un cogombre i mig tot el que a tants ens afecta, però no és així i els hi importa. I, a més a més, aquestes persones poden ser a més de 10.000 km de distància i segueixen tenint la curiositat de preguntar i la força i ganes de contestar.
Com ja intuireu, parlaven de la situació política a Catalunya. El cambrer escoltava. El noi de cabells negres vestit amb roba d'esport i que dinava amb un company alemany opinava sobre "lo que estaba pasando en España".
Jo escoltava, ja amb les dues orelles al haver-me assabentat del tema de conversa. Mentre ell abandonava el seu plat, explicava que havia viscut deu anys a Catalunya, on la gent era diversa però on molts estaven cansats. Cansats de que no se'ls escoltés, de formar part d'un Estat Espanyol on el govern central a Madrid era del color que era. Parlava de la corrupció, de la llengua, de la cultura... de com l'havia acollit la gent, de com sentia que Catalunya era una mica la seva terra. Era canari, ens defensava amb fervor i no entenia com no ens havien deixat votar i com, a més a més, ens havien reprimit amb tanta força. "Parece que son los únicos que hacen algo", deia. I, tot i que li costava d'entendre el sentiment de nació que alguns tenim, seguia defensant la democràcia i enfadat amb la posició del govern espanyol. Va ser una conversa força llarga i el meu somriure s'anava destapant mentre no s'acabava.
Quan el cambrer va marxar havent entès una mica més una opinió que probablement no havia sentit mai, vam creuar mirades amb el noi. Li vaig somriure i agrair el que havia fet i em vaig presentar. No volia posar cullerada en aquella conversa, perquè no m'hi havien convidat i volia entendre què pensaven dos estranys que parlaven de casa meva en un cafè de barri de l'altra punta de l'Atlàntic. Vaig ser molt feliç i no només perquè havia parlat tant bé de Catalunya, sinó perquè em vaig adonar que hi ha gent que realment vol entendre i que hi ha persones que van pel món pensant que volen saber més i caminen amb els ulls oberts per no creure's la versió majoritària o oficial. Hi ha més persones de les que sembla que indaguen i els hi importa l'opinió d'un immigrant que esmorza i que amb tota la bona voluntat deixarà refredar el plat per construir pau i converses d'acceptació a la diferència.
Aquesta petita història és un homenatge personal sense importància a les persones que parlen, als qui volen fer entendre que no tot és o blanc o negre i que, a més a més, ho fan en l'anonimat, sense rebre agraïments, sense likes, segurament sense guanyar res més que la satisfacció personal d'haver fet créixer una mica més el ventall d'opinions que un altre anònim vol conèixer. Gràcies a ells, que no jutgen sense saber, que s'informen per construir i no per destruir.
Authenti-city
I don't believe in forever
I don't believe in never
I believe it's brief, ephemeral,
and quality is what matters.
Fight is what moves us.
Don't hide yourself
inside your lies,
time flies.
Today you are my everything,
but tomorrow you are gonna be nothing.
Yes, you!
Me, they...
we'll live all in a grave.
Authenticity, humility, transformation.
Restlessness is motion.
So move your ass, move your brain,
try to understand others' pain.
Tomorrow you'll dry up, like a deflated ball,
so today water yourself to be able to water this world.
Pain
Truth is a female
I wanted to travel
then I got to Lima
huge city full of music on the streets.
But differences are everywhere, inequalities are everywhere.
Orange nights,
grey days.
Someone told me nights were black, someone told me days were blue,
and now I'm leaving somewhere else, I guess it's gonna be okey.
But I doubt,
I doubt
How can we know if it's gonna be all right?
Keep the ones you love, even if you don't know yet who you are,
even if you know you may die without knowing the truth.
Ain't any universal truth.
I wonder if mine is on her way.
Truth is a female
at least in my language
so she can't be weak...
just hiding from them.
Patriarchy.
She's hiding from the ones who want to kill her,
masking from the ones who want to stay alive without knowing.
We're hiding this world is fucked up,
covering the negativity that surrounds us.
Maybe I just have to keep going,
maybe I just have to be ignoring.
Ignoring all your faces.
But how can I?
I've seen them already and they are sad.
Sadness is orange and grey.
World sometimes is pain.
"Travel, try to be free,
fly to other places but keep loving me".
They will hide her from you
cos this keeps them alive,
they will hide all this pain
just repeating "it will be okey".