Nos dijeron que los relámpagos no iluminaban,
que debíamos evitar toda esa luz.
Los truenos nos asustaban.
No merecíamos bailar bajo la lluvia.
Seguir a cubierta mataba el amor,
nuestros ojos solo sabían decir que no.
Mojarse ¿Para qué?
Sumergirse ¿Para cuándo?
Queríamos abrazarnos,
pintarnos la piel,
leer hasta el amanecer
y reír sin comprender.
Pero alguien gritaba…
¡Soñadores!
Nuestras mentes nubladas…
¡No te mojes!
Y allí estábamos,
en medio de un vendaval,
con el privilegio de poder
escoger un final.
1.
Y así, fue más cómodo
decidir no arriesgar con él.
Morir sin haber sentido
la tormenta en propia piel.
2.
Y así, como es mi vida
arriesgué, me mojé, atrevida.
Y morí habiendo sentido, con él,
la tormenta en propia piel.