¿Hasta qué punto el orgullo ayuda a quererte? Ser consciente que vales mucho y no dejarte pisar caminando por esa línea del no-quieren-conocer-lo-desconocido-aunque-mole-a-montones-así-que-yo-no-seré-menos.
Siento que hay ondas de colores que reman por mi mente, se transforman en creaciones de empoderamiento y el orgullo sigue allí intacto sin querer irse, amarrado a esos remos y a cada arruga de mi cerebro. Tal vez hasta llegó al corazón.
¿Pero qué pasaría si un día decidiéramos que queremos pintar de color transparente nuestros rostros, nuestro cuerpo, caminar desnudos delante de ese desconocimiento? Delante, de-late, delátate (delátese), deléitate (deléitese).
Tal vez, salvaje escondido en trapos nos saltaría a la yugular, nos destrozaría y acabaríamos sangrando en una esquina habiendo deseado ser como todos, callarnos lo que pensamos, sentimos, deseamos.
Aunque, tal vez, nos sorprenda y resulta que al final del infinito y más allá decide desnudarse a nuestro lado, acariciando pieles imperfectas, qué más da, todas lo son. Y hasta tal vez nos guste su particular olor, color de agua. Tal vez podría valer la pena. Quizás.