Querer entender y no entender nada. Querer hablar y abrir la boca en vano. Querer nadar y que no haya mar. Querer abrazar y pensar y pensar y pensar y no querer más.
Mirar las nubes, las baldosas, las paredes pintadas de tonos amables y arrugados y empezar a comprender. Esbozar palabras, escalar una montaña, estirarte bajo un árbol e inspirar. Cerrar los ojos, olvidar la materia y gritar "¡Energía!".
Crear, probar, cagarla y respirar. Y no querer más, conseguir sin anhelar, exhalar todo el pulmón y ser huérfano de aire. Desprenderse del hielo que aparenta sábana. Agarrar una vela, incienso, tus muslos. Amar el perfume que nos ayuda a ser transparentemente cálidos.
Olvidar el vacío de tanto querer y de caminar apestando a frías rosas rojas brillantes disfrazadas de poetas que hablan sin sentir.