Me decían que tenía un corazón enorme
pero que a veces latía demasiado deprisa.
Y también me decían que a veces era demasiado ruidoso
o demasiado poderoso para mi mente.
Así que decidí investigar por mi misma:
cogí esas tijeras de metal que un día mi abuelo me regaló,
ya oxidadas por el paso del tiempo,
y abrí mi corazón.
Lo corté por la mitad literalmente
y empezaron a salir un montón de fantásticas maravillas:
había des de pájaros hasta caracolas de mar.
También había purpurina pegajosa, había libros, había una pluma estilográfica.
Mi corazón era como un pozo sin fondo.
Todo allí dentro era de un color rojizo
pero se distinguía exactamente cada forma.
Me fasciné a mí misma,
me fasciné tanto que me dio un ataque al corazón.
Y allí acabó todo,
me fui volando con uno de esos pájaros rojos.
Ahora no sé donde estoy
pero soy feliz
desde el día en que descubrí todo lo que mi corazón escondía.