Es de noche, levantamos la mirada y al final del horizonte se dibujan montañas de pequeñas luces que nos rodean. Esto es lo primero que me impresionó de Medellín, una ciudad de contrastes, a veces tan humana y a veces tan contradictoria. Una ciudad en la que, mires donde mires, te rodean montañas y verde, pero a la que hay que parar de maltratar si no queremos que se convierta en un pulmón de fumador.
Hace un año aterricé a Medellín sin saber por cuanto me quedaría. Tenía muy poca idea de las historias que escondía, de las sorpresas que me deparaba, de que me abrazaría tan fuerte que no me dejaría escapar. Y aquí sigo, enamorada de casi cada persona nueva que descubro, agradecida por todo lo que he vivido y sorprendida de la evolución de mis pensamientos respecto a la urbe colombiana a la que nunca pensé que amaría tanto.
Al llegar me sentía insegura, me habían metido demasiado miedo en el cuerpo, iba a vivir a la ciudad que una vez fue la más peligrosa del mundo. Sin embargo, también resonaba internacionalmente la idea de la innovación y el cambio positivo y yo quería quedarme con eso, quería rebuscar en la base social y tenía muchas ganas de escuchar y aprender. En un año me di cuenta, seguramente aún cambiaré de opinión, que como en todo rincón del mundo, nada es ni blanco ni negro. Medellín, a pesar de las flores coloridas que cargan los silleteros, es una escala de grises muy diversa.
Puedes encontrar grises oscuros en las desigualdades, en la memoria de doñas que quieren encontrar a sus hijos desaparecidos, en las personas que habitan la calle y no lo quieren, dentro de las paredes de negocios familiares que tienen que pagar extorsiones porque en sus barrios sigue la guerra, y sigue porque muchos no pueden denunciarla y no decirlo es una irresponsabilidad. El gris oscuro está latente cuando percibes (solo fugazmente por tu privilegio) que la guerra es muy difícil de curar. Como inmigrante en esta ciudad te das cuenta que nunca podrás entender el sufrimiento que han vivido personas que ahora tienes tan cerca y eso a veces provoca mucha impotencia.
Sin embargo, y por suerte, también hay grises claros, que no son antagónicos a los anteriores, si no que se complementan. Porque hay una base social que lucha, a través de la cultura, la educación, la conversación, abrazando a la otra y plantando semillas. Gracias a estos esfuerzos de la base, en Medellín puedes encontrar medicinas naturales que sanan: el amor que los paisas te dan, el de los parceros que te muestran realidades distintas, el que ponen las jóvenes que participan de lo cotidiano a través de la música, el graffiti, el rap, un parloteo, la lucha feminista...
El cambio y lo que tiene que llamar la atención de Medellín son todos estos grises, no los blancos en forma de medallas gubernamentales como las escaleras de la comuna 13. Un invento tan conocido en las guías turísticas como LA solución a un barrio que sufrió el abandono del Estado durante años y que se ha inaugurado cinco veces con una voluntad de visibilizar parece que un poco exagerada. Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces.
Lo que me enamoró de Medellín, al principio, fue esta coraza. Con el tiempo, y aunque aún me falta gran cantidad por descubrir, me di cuenta que donde debemos pararnos es a escuchar a las personas, en sus distintas luchas, lecciones aprendidas y logros.
Me gusta ir a lunes de ciudad en Buenos Aires, mi barrio, dónde puedo disfrutar de un espacio de debate plural. Me gusta ir a teatros del centro como el Matacandelas o el Pequeño Teatro, a ver obras que se financian de la buena voluntad de un público comprometido. Me gusta la música en la calle, las sonrisas a pesar de todo, mirar a un extraño fijamente y conseguir disfrutar de su energía interminable, ir al festival Gabo, a la feria del libro, subir al metrocable con una amiga y, sin planearlo, dar una vuelta por Santo Domingo. Me gusta preguntarme el por qué y encontrar respuestas en alguien que ha vivido más tiempo que yo aquí o en un free tour que sale del centro de la ciudad (causa por la cual me di la oportunidad de venir a Medallo, pero eso ya es otra historia).
¿Y cómo explicar qué es Medellín y que me enamoró de esta ciudad en una página, cuando un año después de llegar no veo el momento de irme porque me atrapó?
Es difícil descubrir Medallo en pocos días. Te animo a que vengas, la camines, escuches y te quedes. Ojalá nos encontremos en alguno de estos espacios que mencioné, ojalá podamos cruzar una conversación para que me cuentes qué te enamoró a ti de Medellín.